martes, 3 de febrero de 2009

BEAR BALL Z - Cuento

Anoche me desperté conmocionado. La respiración me asfixiaba con el recalcitrante aire caliente que se filtraba por la ventana de la habitación. El ventilador de techo se había detenido y mi cuerpo semidesnudo se enredaba entre las sábanas embebidas de mi propio sudor tibio. La misma sudoración que me producía tu cuerpo peludo cuando dormíamos abrazados haciendo cucharita. Una luz de brillo fluorescente azul se colaba tímidamente desvaneciendo la frágil oscuridad de la habitación sin cortinas. La misma habitación que un día supo albergar nuestros logros y nuestras frustraciones de pareja. La misma cama en la que devoramos nuestros cuerpos con el televisor encendido.
Me froté la cabeza, como intentando quebrar esa inquebrantable necesidad de olvidarte. Pero era inútil intentarlo, tus recuerdos eran como fotos que se sucedían una tras otra, como editadas en el Windows Movie Maker, y en mi cabeza la melodía de “The power of good bye” de Madonna le ponía música. Apoyé la cabeza contra la almohada esperando que en algún momento el sueño aterrizara en mi ceño y este por ósmosis lo absorbiera. Voltee mi cuerpo hacia el costado derecho de la cama, “tu” lado de la cama que hoy ocupo yo. Jamás como anoche el colchón me pareció tan inmenso. Es que tu gran panza y tus fornidas piernas duplicaban mi delgada anatomía de cazador mestizo. Que hermoso era ver el contraste de mi piel canela contra la blancura de tu piel cuando nuestras piernas se entrelazaban tirados en la cama. Y yo, te acariciaba la barba, esa barba que cuidabas prolijamente con tu máquina Phillips Shave que te regalé cuando cumpliste 27, y vos me hacías cosquillas en la panza, y yo me dejaba, aunque me doliera.
Miré el reloj apoyado sobre la mesa de luz al costado de la cama, sus rutilante agujas verde fluo brillaban furiosas anunciando las 3.25 AM de una noche sin luna. Como la noche en que te fuiste, arrastrando los dos enormes bolsos Adidas y tu mochila de Gokú.
Volví a darme vuelta, esa vez hacia el lado izquierdo de la cama. La luz iluminando parcialmente el póster de Dragon Ball Z pegado contra la pared descascarada por la humedad me recordaba tu ausencia. Nunca me atreví a despegarlo.
Comprendí que a esa altura de la noche sería imposible dormir. Me senté en el borde de la cama, dejándome arrastrar por la marea de recuerdos que un día protagonizaste. Como verte llegar corriendo de la facultad para no perderte un solo minuto de cada aventura de tu deidad cósmica. Y yo te preparaba la chocolatada con abundante Arcoa, porque decías que era el único que tenía realmente sabor a chocolate.
En noches como la de anoche, odio a los canales de cable por posibilitarme seguir extrañándote y dejar volando mi incertidumbre hasta que vuelvas a necesitarme.
Miré el póster de Goku con reticencia y me pregunté ingenuamente: “¿Acaso no sos vos el que lucha por la justicia y el bien?”. Por un momento sentí un absurdo deseo de suplicar su misericordia para que mi osito regrese. Por suerte, ya era tarde como para intentarlo, y hoy, tenía que venir a trabajar. Si, trabajar. Trabajar para poder pagar el cable y seguir exornándolo.


NdeR: Dragon Ball Z, dibujo animado japonés, cuyo protagonista es un joven llamado Gokú


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