Estuve pensando nombres. Me gusta Bautista, Oliverio, Tomás... Creo que el segundo es el más lindo.
Tengo ganas de tenerlo acá. Si hoy estuviera conmigo, seguro que dormiría con él. Lo tocaría por todas partes, hasta acabar en su culo. ¿Cómo lo tendrá? ¿Se lo podré chupar?
Aunque todavía no lo conozco personalmente, sí de forma virtual, siento que ya lo quiero. ¿Me querrá como yo a él?
Si se genera una relación, me gustaría que me acompañara a mis lecturas en las librerías. Pero, ¿Qué diría la gente? ¿Entenderían nuestra relación o pensarán que estoy loco? ¿Me dejarán subir al subte con él de la mano? ¿Me pedirán que le compre un pasaje? ¿Cómo será besar en la boca a Oliverio y que no me responda? ¿Y si no me gusta? No creo que Oliverio tenga lengua. Quizás no me guste…
Malas noticias. Contestaron a mis preguntas en Mercado libre. Me dijeron que el muñeco no es penetrable vía oral, que se confundieron de producto y que el que yo quiero sale el doble. Decepción.
El que estaba ofertado, ahora no está disponible. Quizás se dieron cuenta que el precio era bajo y lo sacaron para aumentarlo. Bronca. Tengo mucha bronca. ¿Y si no lo consigo? Lo quiero ya.
El muñeco inflable se llama Stud. Según E significa Tierno y Chongo. Me gusta el nombre, sobre todo como suena. Probablemente, cuando lo tenga y sea mío, le deje ese nombre.
Andrés, después de comer, me va a acompañar a ver si consigo uno en el Sex Shop de Florida y Viamonte. Estoy nervioso. No, no son nervios lo que siento, sino ansiedad. No veo la hora de terminar la ensalada de fruta para ir con él al negocio y ver si lo consigo. Escribo esto en mi Blackberry, pensando en documentar el nacimiento de Stud, su llegada a mi vida y todo lo que pase después.
En el Sex Shop hay uno, pero sale 100 $ más de lo que lo ofertaba Mercado libre. No me importa, porque pienso que si tengo que pagar gastos de envío o ir hasta Santo Lugares a buscarlo, en definitiva me va a costar lo mismo. La vendedora me muestra los dos modelos. Uno es negro y tiene cara de malo. El otro es blanco y carilindo. Sólo podemos abrir la caja del negro, porque ya fue abierta antes. Hago el chiste de que está usado, pero la chica no se ríe. Hay otro que se llama Gladiador y sale mil pesos, pero no lo tienen. Andrés está disperso: Va y viene, mira los calzoncillos en una calesita. La mayoría son blancos. Hay algunos de cuero. Desde lejos le digo que se fije si hay alguno de esos que tienen agujeros, que muestran los cachetes. Me dice, vení a fijarte vos, Facu. Lo noto tenso, pero no me importa porque estoy comprando a Stud, mi Stu. Cuando la chica está pasando la tarjeta por el posnet abrazo a Andrés, y salto contento. Intuyo que el muñeco me sonríe.
Abro la caja para espiarlo, y lo toco. Tiene la piel suave. ¿Cómo le doy vida? Con un inflador, me dice la vendedora. No me importa que la chica no tenga onda.
¿Te imaginas si lo llevo para que lo inflen en la estación de servicios de la esquina de mi casa, donde inflo la bicy?, le digo a Andrés y lo miro. Ahora él también está contento. Tiene la sonrisa pegada a la cara.
Cuando caminamos por San Martín, con Stud adentro de una bolsa violeta, Andrés me pregunta: ¿Feliz? ¿Estás feliz? Sí, le respondo. Bueno, tené cuidado que no te sea infiel, me dice. Cuando lo dejes solo, cuando vengas a trabajar… Tené cuidado…
¿Te imaginas si lo llevo inflado a mi trabajo y hago las reuniones con mis compañeros y él al lado, tomando un té? Ojo que a mí, si todo sale bien, me encantaría presentárselo a todo el mundo, le digo agarrando la bolsa con fuerza.
Le mando un mensaje de texto a Mariano: Marian, acabo de comprarme a Stud, mi muñeco inflable. Si tenemos una relación, seria, te lo presento. Abrazo, Facu.
...continúa en mayo.
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