jueves, 1 de abril de 2010

Cine - BAFICI


La 12ª edición de BAFICI vuelve a ratificar la importancia de éste festival de cine para Ciudad de Buenos Aires y para quienes vivimos en ella. Diez días con lo mejor del cine independiente para disfrutar de lo nuevo, lo viejo y lo desconocido. Casa Brutus Club te propone algunos de los tìtulos de temática GLTB y otros títulos que vienen con buena crítica.
A no dormirse que las entrdas se acaban rápido.









Secuestro y muerte de Rafael Filippelli


El general es secuestrado y trasladado a una casa de campo, donde sus captores lo encierran en un cuarto y llevan adelante un “juicio” en el que deberá explicarles decisiones políticas que tomó años atrás. El veredicto determina que es culpable y lo matan. El título de la nueva película de Rafael Filippelli menciona dos acciones y es indudable que ellas organizan su narración: una marca el comienzo y la otra el desenlace. Pero el espesor de Secuestro y muerte no está allí, sino en lo que deja traslucir: ese general es Pedro Eugenio Aramburu, esos captores son los montoneros y esas dos acciones sucedieron en 1970 y definieron un giro brutal y definitivo de la violencia política en Argentina. Como en otros films en los que Filippelli trabajó explícitamente sobre la política en los ‘70 (Hay unos tipos abajo; El ausente), el espacio cerrado aquí se vuelve tan reclusivo y ominoso como el exterior. La condición polémica de Secuestro y muerte no es su tema sino la osadía propia de un gran cineasta, que va y viene entre los dos puntos de vista sin priorizar nunca uno sobre el otro. La intrínseca ambigüedad del arte.







La cinta blanca de Michael Haneke

La mejor película de uno de los mejores cineastas del viejo continente supone la culminación de su gran proyecto fílmico: la meditación sobre el origen y la naturaleza de la violencia, aquí explicitada en la jerarquía agobiante y la represión emocional y física que ocurren en un pueblo de la Alemania rural poco antes de la Primera Guerra Mundial; en una repentina sucesión de muertes bizarras, mutilaciones, abusos, incendios, suicidios e intentos de infanticidio que funcionan a modo de rompecabezas moral y epistemológico. A Haneke no le importa quién cometió esos crímenes. No identifica al culpable porque, como sugiere, todos lo somos. La violencia cultural requiere culpabilidad colectiva. El absolutismo conduce al terrorismo. Una comunidad pervertida genera hijos aún más perversos, y por eso los niños de esta aldea maldita, castigados física y psicológicamente, crecen hasta convertirse en siervos de Hitler. Y, mostrándonos el germen del mal, Haneke se confirma como uno de los pocos directores que hacen películas, grandes películas, que significan algo. Que mereciera sumar su nombre a los de Dreyer, Bergman, Tarkovski y Bresson en la lista de grandes maestros del cine europeo, y que ha estado durante muchos años sujeto a debates. Ya no.




Reincarnate de Thunska Pansittivorakul

Hace menos de un año, créase o no, Tailandia aprobó una ley según la cual toda película debe cumplir con seis requisitos estrictos para poder ser exhibida en el país. La norma, detallada en la placa que da comienzo al nuevo film de Thunska Pansittivorakul, tiene como objetivo “preservar” la “moral” del pueblo. La reacción de Pansittivorakul –cuyo largometraje anterior, This Area Is Under Quarantine, se exhibió solamente en Rotterdam, debido a esta ley– fue subversiva, vital y primaria: filmar una película que rompiera con cada una de esas normas. Pero lo increíble de Reincarnate, lo asombroso del talento de su realizador, es que existe más allá de toda esta introducción, paralela a toda justificación. Sí, la película avanza lenta y casi invisiblemente por un camino no-tradicional de denuncia; a la par de sus dos amantes protagónicos, de viaje por una isla en la que el pasado se funde con el presente, entre visitas turísticas y tiempos muertos en cuartos de hotel en los cuales se tiene la sensación de haber llegado demasiado tarde o demasiado temprano. Aunque, de vez en cuando, la cámara sí llega a tiempo, mal que les pese a los gestores de la ley estúpidamente anacrónica, y la pantalla se llena de sexo tailandés (por el momento) prohibido.






Le Roi de l’évasion de Alain Guiraudie

En los juegos eróticos entre la vigilia y el sueño, otra vez la mirada ambigua de Alain Guiraudie construye un pequeño laberinto sin centro, donde el deseo desafía casi toda convención social. En la Francia rural, Armand Lacourtade, un gay robusto y cuarentón, trabaja vendiendo tractores, pero sus relaciones laborales son tan conflictivas como su vida amorosa. Armand busca salir de su soltería yendo al único lugar de yiro homosexual de su pueblo: un pasaje de la ruta a la vera de un bosque. Una noche, Armand conoce por accidente a Curly, una adolescente de 16 años, salvándola de una violación. Así el deseo se desplaza por un nuevo camino, y la relación los convierte a ambos en prófugos: una pareja errante perseguida por bosques interminables. Algo de humor desconcertante, bastante de narración fuera de las reglas, los géneros y los cánones, y mucho de erotismo por cuerpos que no se adaptan a estéticas predominantes. Así, Guiraudie sintetiza y trasciende sus propios parámetros cinematográficos.






Celda 211 de Daniel Monzón


El concepto “cárcel” es generador de discusiones sobre su concepción, su adecuación, su utilidad. Las películas “sobre cárceles” también provocan reflexiones, pero rara vez sucede que los personajes no sean maniqueos, las ideas sean claras y el espectador se replantee su propia ética. En una misma celda mueren tres personas por diferentes motivos pero originados por una misma causa: la negligencia del sistema penitenciario. Se crea entonces una atmósfera violenta invertida: los presos rompen las instalaciones a modo de protesta, pero la toma de la cárcel es para llamar la atención sobre necesidades y mejoras básicas que les son negadas, la violencia más extrema es generada por la represión policial fuera del penal, y cuando se da dentro, es motivada por el maltrato del sistema y de los guardias. Los consejos sobre cómo sobrevivir allí dentro, quedan obsoletos al pasar en esas celdas un único día en el que todo cambia: los roles, los prejuicios, la confianza, la moral, el límite de la violencia y ese futuro absurdo e ideal.




Ajami de Yaron Shani y Scandar Copti


No es impropio decir que Ajami habla de un lugar, y que es el lugar el que hace nacer las historias que van recorriendo la película, casi laberínticamente, como si reprodujeran la manera en que se entremezclan sus calles. Scandar Copti y Yaron Shani –ese director con dos cabezas, con la particularidad de que aquí son una árabe y la otra israelí– buscaron que Ajami fuera un espacio donde se expandieran múltiples historias, en tanto coexisten judíos, musulmanes y cristianos. Pero debían condensarse también múltiples sentidos y, sobre todo, múltiples puntos de vista. Policías judíos desaforados, vendedores de droga y palestinos indocumentados son apenas algunos de los personajes que Ajami intersecta con una fluidez y una contundencia narrativa extraordinarias. Alejándose de la idea de víctimas y victimarios, pero también de una presunta comunión que anhela un pacifismo arduo de concretar en la realidad, Ajami muestra –como Waltz with Bashir, como Lebanon– que el conflicto de Medio Oriente dejó de ser un tema para propiciar formas nuevas de contar lo más difícil: el mundo contemporáneo.








La notte quando è morto Pasolini de Roberta Torre


Una entrevista con Giuseppe Pelosi, quien en la noche del 1 de noviembre de 1975 asesinó a Pier Paolo Pasolini. El asesino, entonces un joven de apenas 17 años, confesó el asesinato para luego retractarse en numerosas ocasiones. Ésta es una de ellas, aunque Roberta Torre no quiere dejar ningún resquicio a la duda y alterna sus incisivas preguntas con imágenes de la exhumación de las ropas del director de Teorema, que se conservan en una caja en un archivo policial. Una terrorífica vuelta a 1975 y a esa fatídica noche.







La bocca del lupo de Pietro Marcello

Las fábricas echando humo; los dancings; el viejo cine de género de los ‘50 y ’60; la sirena de un barco; una Génova espectral, nostálgica y verdadera; las voces apasionadas de Mary y Enzo, dos enamorados que graban sus cartas en cintas, de quienes intuimos algún secreto. Pietro Marcello dice que hizo La bocca del lupo para hablar sobre los residuos de un mundo perdido, pero el peso de los sentimientos hace que se vayan apoderando de la película como una enredadera emocional ante la cual es imposible tomar distancia. Todo lo que importa del cine está en La bocca del lupo: el pasado y el presente, el archivo de lo que el mundo pudo ser y la crónica de lo que es, la lucha humana por hacer justicia con sus sentimientos contra todo statu quo, el imposible límite entre lo ficcionado y lo real, el cine como reservorio de memoria y del paso del tiempo, la vuelta a la vida de las imágenes unidas a otras nuevas. Como siempre ocurre con las grandes películas, el dispositivo que pone en marcha Marcello sólo sirve para este film. No hay método, sólo el coraje y el genio de un cineasta llamado a trascender.



Ce vieux rêve qui bouge de Alain Guiraudie

Jacques (un obrero contratado en la etapa terminal de una fábrica semi-derruida) le confiesa su amor al capataz, pero no es correspondido. Paralelamente, otro obrero, robusto y casado, trata de conquistar a Jacques sin fortuna. El cierre de la fábrica coincide con el fracaso del triángulo de amor bizarro: el fin del mundo del trabajo es el fin del deseo. De esta manera, el film explora la desintegración laboral y sexual con una tristeza medular, que se transforma en la representación de un micro Apocalipsis lento, sostenido con sequedad y algo de humor. Humor que surge de sus planos con “cara de póquer”, de un espacio visual moldeado casi exclusivamente con planos generales fijos y distantes, con una insistencia en señalar el fuera de campo para potenciar la incomunicación entre los personajes. No es un detalle menor la inclusión (acertada) de personajes y situaciones que no circulan en el imaginario gay-mainstream y que, además, se propongan ecos eróticos en los cuerpos de obreros canosos, gordos, robustos y velludos, rara vez representantes de físicos deseables o sexuados.

Se proyecta con el corto Tout droit jusqu’au matin, sobre el monólogo de un joven deambulando por la noche.





Los condenados de Isaki Lacuesta

A pesar de que no se mencionen lugares ni grupos políticos y/o terroristas de ninguna índole –salvo, sugestivamente, ETA–, este conflictivo reencuentro entre ex militantes que hablan “argentino” y que buscan restos de antiguos compañeros en la selva (peruana, pero tampoco se explicita) es, definitivamente, una película urticante y de fuerte raigambre en la realidad y la historia política de aquí y de muchos otros lugares (no pocos dirán que la referencia –o una de las referencias– son los Montoneros). Lacuesta construye un drama sobre la memoria, que no es lo que parece ser en un comienzo, enturbia progresivamente esa reunión de ex militantes y su película se ensombrece cada vez más. Pone en cuestión los discursos de sus personajes, sus modos, sus miradas: los enfrenta con su pasado. La sorprendente conversación, o algo que podría denominarse casi una “ponencia” de uno y de otro, que se da entre Silvia (el personaje ausente clave) y Martín (Daniel Fanego) no sólo es el momento más tenso de la película y su centro ideológico. Además, emparienta la visión del pasado de esta película con la de Los rubios, y convierte a Los condenados en una película profundamente política, rica, polémica y valiente.


Venta de entradas


Casa de la Cultura, Av. De Mayo 575.
Microcentro (2, 3 y 4 de abril permanecerá cerrada)

Hoyts Abasto. Av. Corrientes 3247. Abasto

Durante el Festival podes compararlas en las boleterías de todas las salas afectadas al 12° BAFICI. ENTRADA GENERAL: $10, ENTRADA CON DESCUENTO: $ 8.

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